Comunicación Social-UBA

lunes, 7 de agosto de 2017

Dagerman


Una pareja se prepara para ir al mar. Es una pareja como cualquier otra, quizás van de vacaciones o a pasar un fin de semana juntos al mar. Ambos son buenas personas y están ansiosos por llegar al mar. Un niño va a lo de los Larsson, cruza la calle en el mismo momento en que el hombre que conduce el automóvil se distrae.
Desde el principio sabemos que el niño muere, que la vida de esa pareja que iba al mar se ve atravesada por el horror del accidente, que jamás tuvo esa intención; que una familia simplemente no tenía azúcar para el desayuno y perdió a su hijo por esa distracción; que, en términos de Dargeman “la vida está construída de una manera tan cruel, hasta un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía puede estar totalmente relajado, y solo un minuto antes de que una mujer grite de horror puede cerrar los ojos y soñar con el mar, y durante el último minuto de la vida de ese niño sus padres pueden estar sentados en una cocina esperando el azúcar, y hablar felizmente”.
¿Cómo alguien puede continuar leyendo ya sabiendo el final del cuento? Es casi como la vida misma: sabemos cómo termina la historia, aun así queremos vivirla, de un minuto a otro puede cambiar tanto todo, aun así seguimos hacia alguna dirección.