A veces es cuestión de tiempo. Las cosas que siempre estuvieron siguen estando y se transforman.
Hace 40 años mi abuela se compró un poncho. Tenía frío por las mañanas y un día vio uno que le gustó a muy buen precio. Meses después, viajó a Europa y pensó que también serían frías las mañanas por ahí.
Mi abuela nació en medio de la guerra del Chaco. Su madre murió muy joven y desde pequeña se las rebuscó para trabajar. A los 30 años ella conoció a un hombre cordobés que le gustó un poco más. Quedó embarazada de mi mamá y al año de mi tía. Con una hija que apenas caminaba y la otra de unos pocos meses decidió separarse y alquilar una habitación. Juntó lo suficiente para comprar un terreno y construyó con ayuda de la hermana una pequeña casita.
Mi abuela nunca quiso hablar mucho de ese hombre, pero una vez me contó que también tenía un poncho. Me contó que por las mañanas hacía mates y la abrazaba con el poncho cerca del brasero.
Hoy mi abuela tiene 84 años, ya apenas puede moverse por sus huesos descalcificados. En Agosto fui a verla y ella había sacado al sol su poncho gris. Cuando me lo dio, me pidió que sintiera el olor a recién lavado y me dijo "Acá ya no hace frío por las mañanas, en Buenos Aires sí". Mientras volaba de regreso a casa ese poncho me abrazaba y yo leía "El joyero" de Piglia. El Flaco Pura le entregaba la virgencita de yeso a El Chino con oro dentro la última vez que se vieron, antes de morir. Mi abuela sigue con vida, solo pasaron unos meses. Sin embargo, pienso con angustia eso de "la última vez"
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