Mi papel y mi lápiz escriben por sí solos. Me quedo… Mientras, el
mundo sigue avanzando, mis días continúan siendo. Todo prosigue, pero yo me
inmovilizo. Ellos se detienen cuando yo soy. Viva está la trascendencia de mis
frases garabateadas, el poder de la palabra escrita. Ella sale de un laúd de
maravillosos recuerdos de esas, mis calles transitadas, en busca de sus propios
destinos.
Todas las teorías quedaron perdidas en alguna feria de libros usados o
en el recorrido de un camino que cambió de dirección inesperadamente-en
realidad, la intención es lo menos importante-. Quizás, las perdí al
premeditarlas. Quizás, ocupaban mucho espacio. Quizás, mi finalidad de
expresarme se pierde en los medios para simplemente decir algo.
¿Ves? No siempre yacemos como queremos. Hay palabras que
nacieron conmigo y en mí, sin elección ni comunión. Ellas son y me dejan ser.
Luego, ya no son mías, pero me siguen llamando. Se sienten hasta en un
saxofón usado en el ´40. Huelo el reciclado y, sin embargo, mis sentidos vacilan
sorprendiéndose frente a iguales estímulos.
Veamos: un texto se borra, se rompe, se pierde, se piensa, se siente, se
escribe... A veces, no en este orden. Solo sé que nadie es testigo de mis noches
literarias. Vos, lector, lees y re-creas... y agregas matices, convirtiendo en tuyo
esto que ya es tan lejano a mí.
Cansada de esperar nuevos comienzos, mi tinta se empieza a
sublevar… Y yo me rindo ante ella y ejerzo su voluntad, a cualquier hora y en
cualquier lugar. El sentido llega cuando nada tiene sentido. Es casi directamente
proporcional.
Hoy resulta necesario, como para concluir el ciclo, ese espectador
capaz de comprender un poco de mi universo paralelo ¿Quién sabe lo que ello
implica? ¿Quién conoce a aquel individuo que interpreta? ¿Quién intensifica su
búsqueda implacable hacia nuevos giros al son de mi canción? ¿Quién recorre
recovecos que yo no había visto, sensaciones que yo no había sentido, pasos
que yo no había bailado? ¿Quién tiene este papel tan relevante?
Diacronía y sincronía se fusionan en un lector que ve surrealismo
donde hubo impresión. Vincula, distingue y separa. Entiende, comprende y
deduce. Me desglosa hasta reducirme a pequeñas piezas. Siente, piensa y se deja
llevar. Se percibe a sí mismo y me percibe a mí misma, incluso antes que yo
pudiese hacerlo. Es quien cierra un proceso irregular y sumamente personal. Lo
necesito tanto como él a mí. No nos conocemos, pero nos hemos
conectado con tanta fuerza que conformamos una trinidad.
Y él, sentado en su banco, en alguna tarde de algún parque cualquiera,
con algún ruido y con algún silencio, abre unas páginas en un punto al azar y
vuelve a comunicarse conmigo, con mis palabras, con mis frases, con mis pocas
ganas de una idea y con mi estallido de creación. Ese momento único y
abstracto en que somos perfecta unidad.
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