Comunicación Social-UBA

lunes, 7 de agosto de 2017

Hombres y mujeres


Un cuento tiene esa cosa de despertar sentimientos en una. A veces, es posible borrar muchas características de los personajes y quedarse con alguna en particular, es posible trasladar ese escenario narrado a otro más personal y sentir como la misma historia transcurre y las mismas emociones se sienten. Hay identificación.
Cuando terminé de leer a Keegan estuve unos minutos en silencio. Se puede nacer en otro país, hablar otro idioma, se puede vivir en otro tiempo y en otro lugar, pero ciertos episodios conservan su esencia y traspasan todas esas variables. Momentos del cuento atravesaron mi historia.
En esos minutos me sentí conmovida, sola, perdida, acompañada y comprendida; sumergida en inmensas contradicciones. Me conmovieron mis recuerdos, sentí la soledad de la impotencia, la compañía de esa pequeña niña que intuye las injusticias, pero no sabe cómo explicarlas.
Hoy muchas de esas cuestiones tienen nombre: violencia de género, patriarcado, campaña “Ni una menos” y otros tantos más. Antes, cuando también era una niña, esas cosas me preocupaban y también me dolían.
Después lo releí. Cuando tuve que escribir un recuerdo de uno de los personajes, elegí a esa niña encontrándole el sentido a muchos episodios de ese pasado.
Un poco de lo que me sucedió a mí.


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