Comunicación Social-UBA

lunes, 7 de agosto de 2017

Joyce


A James Joyce lo conocí por Marco, un amor italiano que tuve. Nos conocimos bailando tango y por años nos mandamos mails (cartas de nuestra modernidad) con cuentos y poemas en ítalo-español.
El primer poema que me mandó fue uno de Dannunzio, a quien tampoco conocía. Unos meses después, cuando nos reencontramos en una milonga, me regaló un libro con ese poema, un libro que no quiso dedicarme y que aun conservo.
Una tarde, mientras tomábamos mate (al italiano no le quedó otra que aprender a tomarlo) hablábamos sobre literatura. Él se consideraba muy buen lector, pero jamás había escrito y tenía muchas ganas de hacerlo. Así llegamos a Joyce y al flujo de conciencia. Pactamos escribirnos desde la más absoluta libertad y que esa producción quede en nuestra absoluta privacidad.
La vida es rara y el destino es misterioso. No recuerdo por qué, pero un día solo nos perdimos el rastro.
Por ese entonces, tenía un amigo librero, de esos hombres simpáticos y bohemios que venden libros nuevos y usados. Le compraba siempre. Un día me ofreció un libro muy gordo con la tapa en sepia y una ciudad de fondo. “Es el Ulises de James Joyce en una maravillosa traducción de Salas Subirat a muy buen precio” me dijo. Yo solo escuché Joyce y quise tenerlo. Me llevó casi un año leerlo. Joyce tiene esa cosa con el tiempo, una relación con la temporalidad maravillosa que te lleva, te transporta y vuelve a regresarte.
Marco tenía una teoría, él decía que si era posible volver al mismo espacio, también debería ser posible volver en el tiempo. En realidad creo que una siempre puede volver a ese tiempo, pero nunca al mismo espacio.
Años después, tengo en mis manos "Evelina" de Joyce. El cuento es precioso aunque yo solo piense en Joyce, quien me regresa a ese tiempo en el que Marco escribía poesía y firmaba como James.

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